"Ramas desnudas"

A lomos de mi caballo, penetro en el bosque maldito.
Un bosque donde las hojas no cuelgan de los árboles sino que se amontonan secas y quebradizas a sus pies. Un bosque donde la hierba, murió hace mucho tiempo como si aquellas ramas que se estiran hasta el infinito destilasen un veneno capaz de acabar con toda clase de vida.

Avanzo al paso de mi caballo que no para de piafar, temeroso de ir
adentrándose poco a poco en un lugar donde el maligno acabe devorándonos

con sus terribles y nauseabundas fauces.

Salgo del bosque y me adentro en terrenos ignotos. Terrenos abruptos llenos

de guijarros y restos de ramas secas y retorcidas. De antiguos troncos
desnudos con dedos sarmentosos que pugnan por atraparnos.

Al fondo, rodeado por una extraña bruma, se adivinan las aguas de un
estanque. Me acerco y de sus profundidades surge una sombra maléfica
que pulula sobre las aguas danzarina y burlona. Sobre unos viejos y secos tocones, armados todavía con astilladas ramas, observo multitud de oscuros pajarillos que entonan perturbadores trinos. Pienso en las sirenas de Ulises
y tapo con fuerza mis oídos siguiendo los consejos de Circe.

Los pájaros aumentan la intensidad de sus cantos hasta convertirlos en
execrables graznidos. Continúan así un buen rato y yo sigo apretándome
los oídos para no sucumbir a sus hechizos. Al cabo de un tiempo, los oscuros pájaros desaparecen y sus cantos cesan. La sombra, otrora burlona,
comienza un agónico vaivén y, cual si de Parténope se tratara,

se desvanece en el agua y desaparece.
 
Y así, al fin, tras captar todo el horror sufrido, regreso al día a día
con el alma inquieta y sobrecogido por la angustia.
Aún hoy, siento un miedo irracional cuando evoco esas imágenes
y, por esa razón, las quiero compartir para que sirvan de descarga
a mi apesadumbrado espíritu.

Texto: José Manuel Trullén